Nunca fué muy ingenioso con los arrumacos pero este apelativo ha sobrevivido en la familia hasta el día de hoy, y eres nuestra guigui.
Ese ángel que llegó a mi vida a mis nueve años y llenó mis días de ternuras.
Pocos días después de llegar a casa mamá te puso en un cojín de colores tejido por la abuela para hacerte una foto y dijo, para que esté colorida...y yo, en mi ingenuidad, veía una verdad absoluta en ello, absurdo colorido de las fotos en blanco y negro, pero allí estaba yo, frente a mamá...junto al cojín, inquieta por si te rodabas al suelo. Y fue mi primera preocupación por tí.
Eras adorable, de mirada profunda y gesto enfadado, la ingenuidad con pelillo rubio, casi blanco, pelo - pluma, volátil, casi cómo ahora, boquita de leche y risa de cascabel.
Te abrazaba y me olías a chocolate, a talco, a hogar, a lápices de colores y plastilina...a infancia y seguridad.
Eras mi feria, mi algodón de azúcar, mi ilusión en tus reyes, mi trofeo para exhibir, llenàbas mis días oscuros y disfrutaba hasta la lluvia por tí. Con tus tres añitos, eras una muñeca con mini uniforme en el colegio, y cada día de tu primer curso, te hacía hueco en mi pupitre cuando la monjita no podía más con tú llanto...tataaaaa!! tataaaaa!!!...Y allí te quedabas feliz y segura, coloreando a mi lado, con tus ojillos inundados suspirando, hasta que volàbas de mi mano de vuelta a casa de nuevo. Mamá nos regañaba porque de paso por el parque te columpiàba un ratito, cuando me lo pedías con tu lengua de trapo... aún recuerdo tu risa, tus botitas azules volando hacía el cielo y el sentir que merecía la pena la carrera contigo en brazos desde el parque a casa. Te quise enseñar tanto, que aprendí a quererte de una manera infinita, a ser un poco madre, a proteger y a inquietarme, a comprender que tener una hermana es un tesoro y el regalo más grande de papá y mamá.
Tengo tantos recuerdos de tí y contigo, que podría escribir capítulos de tú infancia.
Y hoy te abrazo y te siento cómplice, confidente,hermana,
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